Cantabria siempre merece una escapada, y más. Y he tenido la oportunidad de hacer una visita a los Valles Pasiegos —al menos a una parte de ellos— acompañando o acompañado por un grupo de socios de Abelore, la asociación de casas rurales de agroturismo de Navarra.
Puestos en ruta, y tras el tedio de las autovías, llegamos a Liérganes, pueblo del que reconozco que no había oído hablar con anterioridad, ya en plenos Valles Pasiegos, famoso y conocido, al parecer, por su cuidado casco histórico y sus casonas.
Tras pasar frente al balneario con que cuenta esta localidad, quiso la casualidad que aparcáramos en lo que podríamos denominar como casco histórico de Liérganes, en el barrio de El Mercadillo, probablemente la zona más interesante de este pueblo cántabro.
Cuando viajamos a un lugar desconocido siempre tenemos algún tipo de idea preconcebida. De esta forma, y fruto de algunas escapadas anteriores a Cantabria, más o menos tenía una idea de lo que podría esperar de este lugar: un pueblo ‘auténtico’, con historia y caracterizado por la arquitectura tradicional cántabra, de la que ya conocía buenos ejemplos.
Las primeras impresiones de Liérganes
Y Liérganes es un pueblo que, en este sentido, no decepciona, sino que afianza esa idea de tradición, autenticidad, historia y sentimiento. Al bajar del vehículo nos vimos rodeados de casonas de diversos portes e importancia, reflejo de una época histórica fructífera que los habitantes del lugar han sabido conservar.
No en vano Liérganes cuenta con un conjunto urbano declarado de Interés Histórico-Artístico Nacional en 1978. En el conjunto del municipio nos encontramos con varios ejemplos una valiosa arquitectura clasicista de los siglos XVII y XVIII, fruto del auge económico vivido en aquella época debido a una fábrica de artillería que ahí existió, y que impulsó toda la comarca.
Tal como ocurre en muchos otros municipios de Cantabria, Liérganes alberga numerosos barrios, así como un caserío disperso por los campos y montes que configuran la localidad.
El núcleo urbano está asentado a los pies de dos pequeñas elevaciones: Marimón y Cotillamón (conocidas popularmente como «Las Tetas de Liérganes» por su parecido antropomorfo) que, visibles desde casi cualquier lugar, presiden y dominan el paisaje.
Un breve paseo por este centro, mientras esperábamos a la guía contratada para una visita guiada por la localidad, nos sirvió para apreciar algunas de las casonas del lugar, así como para descubrir unos cactus colgantes, presentes en casi todas las casas, que llamaron tanto nuestra atención que terminamos por comprar algunos retoños.
Pasear por Liérganes —especialmente en días sin turistas— es sumergirse en una época ciertamente rural, agrícola y ganadera; abriendo los sentidos puedes trasladarte a una época de nobles familias y labriegos y ganaderos, de grandes contrastes, y un cierto aislamiento pese a su cercanía a Santander, la capital de la provincia.
El Puente Romano… que no lo es
La cita con la guía fue en el llamado «Puente Romano», aunque como supimos de «romano» no tiene nada, pues se trata de un singular puente renacentista de un solo ojo sobre el río Miera, bajo la atenta mirada de las famosas «Tetas de Liérganes».
Allí supimos que el actual puente fue construido por orden de la familia Rubalcaba, posiblemente sustituyendo a uno de madera que era periódicamente destruido por las riadas. Fue diseñado por Bartolomé de Hermosa en 1587, siendo inaugurado finalmente en 1606. Quien sabe lo que pudo ocurrir para que este pequeño puente tardara 19 años en ser terminado…
Junto al puente existe un molino construido en 1667, que funcionó hasta finales del siglo XIX, de planta rectangular y arcos de medio punto para la entrada y salida de aguas. Fue restaurado en 2009, pasando a ser un centro de interpretación del «Hombre Pez», personaje de la mitología cántabra, que tiene una estatua justo a un lado del puente.
Primeras casonas
De vuelta hacia el centro urbano de El Mercadillo, pasamos delante de la casa Rañada-Portilla, en realidad dos casas, de las que tuvimos noticia de su historia y avatares familiares.
En realidad era una sola casa, edificada en el siglo XVI, pero tras las disputas familiares entre Juan de la Rañada Rubalcaba y su vecino, Pascual de la Portilla, fueron separadas en dos.
Están construidas en mampostería y sillería, y en su fachada lucen los escudos de armas de las familias. Tienen dos plantas de altura, accediéndose a través de un zaguán.
Uno de los elementos más destacables de la fachada son las galerías de madera (características en otras casonas del lugar), adornadas con macetas de flores y unos peculiares cactus colgantes.
La Casa de los Cañones, fábrica de piezas de artillería
Desde ahí, en pocos metros alcanzamos la Plaza del Marqués de Valdecilla, donde se ubica una de las edificaciones que más despertaron mi interés: la Casa de los Cañones, así llamada porque en tiempos hubo ahí una fábrica de piezas de artillería.
Destacan en este edificio tanto los cañones que se sitúan en sus esquinas como el magnífico escudo que podemos observar en su fachada.
La fábrica de cañones fue fundada por Juan Curtius, de origen belga, en 1.617, y durante los años en los que estuvo activa (hasta la década de 1.830) fue fuente de riqueza y trabajo para toda la comarca, así como causante de la deforestación de los montes que se extienden hasta la provincia de Burgos.
Como combustible para los hornos se utilizaba la madera sacada de los bosques aledaños; los troncos eran fácilmente bajados hasta la fábrica por el río Miera. La necesidad de madera provocó la tala masiva de los bosques de los montes que van desde Liérganes hasta la provincia de Burgos, por lo que hoy vemos toda la zona sin más vegetación que los pastos, con una ausencia casi total de árboles.
Una tala que hoy en día nos parecería una barbaridad, aunque ni podemos ni debemos analizar los hechos pasados con mentalidad y valores actuales. Sacar este hecho de su contexto histórico nos lleva, sin duda, a no comprender la realidad de aquella época y los hechos en toda su extensión.
Casonas y más casonas
A partir de ahí fuimos recorriendo el resto del núcleo urbano de la mano de la guía, en una avalancha de datos históricos y nombres de difícil recuerdo, que nos puso en perspectiva la riqueza que hubo en aquel lugar en los siglos XVII y XVIII, fruto de los cuales se conservan interesantes casonas.
La casona «El Arral», con su capilla y jardín, es uno de los edificios singulares del conjunto Histórico-Artístico de Liérganes. La Capilla, de 1.726, es una auténtica joya del barroco, aunque no está abierta al público para su visita.
El edificio fue construido en 1.884 por los antepasados de los actuales propietarios, y rehabilitado en 1.998, hoy es un establecimiento hotelero.
La Casa Langre, construida en el año 1650 en mampostería y sillería, habiendo sido rehabilitada por completo. Consta de dos plantas de altura: en la inferior la entrada está precedida por dos arcos que forman un zaguán; en la superior lucen dos escudos de armas, el de Langre, Mercadillo y Miera a la izquierda, y el de Rañada y Rubalcaba a la derecha.
Llama la atención que en el dintel de las tres ventanas superiores se encuentra labrados en piedra los nombres de la Sagrada Familia (Jesús, María y José).
Por la parte trasera de la casa se encuentra la finca, rodeada de un muro de tapial. En esa fachada puede verse un bonito balcón corredor de madera, que fue un añadido del XIX.
La Casa Setién (s. XVI), una de las más antiguas de Liérganes, fue propiedad de Juan de Septien, escribano del rey Felipe IV, a la sazón juez-conservador de los ingenios de Liérganes y La Cavada. Datada en 1565, destaca por su fachada, con una ventana plateresca.
En medio de todo este clasicismo arquitectónico sorprende La Torre de Cacho o Giraldilla (s. XIX), un edificio inédito por su carácter andaluz, mandado levantar por Manuel Cacho para impedir ser visto por sus vecinos. Hoy en día dedicado a la hostelería, su peculiar diseño le ha convertido en un referente.
Se me olvida más de una, sin duda, pues son más las que se pueden ver en un paseo por la bella localidad de Liérganes. Una hora de visita guiada da para mucha información, quizás incluso demasiada, máxime cuando la avalancha de datos apenas si va acompañada de curiosidades y anécdotas relativas bien a sus propietarios, bien a hechos acaecidos en las mismas. O, al menos, ese es el recuerdo que me quedó.
La comida… y un reposo que no fue tal
Una sabrosa comida en el Bodegón Casa Daniel —recuerdo especialmente una estupenda merluza rellena de gambas con salsa— nos sirvió para recuperar fuerzas.
Tras la comida pudimos abordar con energías en la sobremesa la subida hasta la iglesia de San Pantaleón —de la que solamente pudimos contemplar su exterior—, que domina el núcleo urbano y que nos proporcionó unas vistas realmente hermosas, tanto del casco urbano como de todo el valle en el que se asienta Liérganes.
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Y una crítica…
Hoy en día Liérganes es un lugar cuyo medio de vida se basa en el balneario y el turismo; apenas si hay agricultura y ganadería, y ninguna industria.
Por eso, me ha resultado llamativo lo difícil que ha resultado encontrar información turística completa sobre este municipio. Sorprende que en la web del Ayuntamiento no haya más y mejor información sobre el lugar, así como en la propia web de turismo de Cantabria; poca información, y la que hay incompleta.
Así, esto me ha obligado a buscar por diversas fuentes (Wikipedia, TripAdvisor, Minube, …) para complementar la información retenida durante la visita guiada, en un esfuerzo que me resulta incomprensible.
Está claro que todavía queda mucho camino por recorrer, y está claro que los responsables de marketing del destino tienen mucho que mejorar en su forma de comunicarlo. Da la impresión que el turismo se sigue considerando como algo marginal, algo que, casi, hay que soportar… y que todavía no se ve por parte de muchos como una fuente de riqueza a potenciar eficazmente.
3 días por los Valles Pasiegos de Cantabria