Reconozco que Asturias no era una zona que estuviera en mis prioridades; de hecho, no estaba en mi mente en cuanto a vacaciones o escapadas. El lema turístico, «Asturias, paraíso natural» no constituía un atractivo suficiente para mi, probablemente porque ya donde vivo —en Navarra— no es que exista un paraíso, sino varios, y muy diversos, paraísos naturales.
Y quizás sea por ello que, no necesitado de más naturaleza, lo que más me podía atraer de esta región era la costa, y en especial algún pueblecito, pero no lo suficiente como para realizar una escapada por ese motivo, más aún teniendo en cuenta la distancia y lo poco amables —dicho en plan suave— que me resultan las autovías que debo tomar para llegar a Asturias.
Aún así, en ocasiones parece que los hados se conjuran para que sucedan ciertas vivencias en nuestra vida. Conjuras las más de las veces satisfactorias y memorables, como ha sucedido en esta ocasión.
Los amigos de EscapadaRural.com tuvieron la gentileza de invitarme al congreso que organizan anualmente, Coetur, que este año ha tenido lugar en Asturias. Cuando recibí la invitación y vi la comunidad donde se celebraría me gustó la idea, puesto que así podía conocer algo nuevo, además de que un congreso es por sí mismo un gran momento de aprendizaje, conocimiento y relaciones.
Lo segundo que vi es que el lugar de celebración era Torazo. ¿Torazo? Nunca antes había oído mencionar este lugar… así que, Google Maps en ristre, lo busqué… dándome como resultado un lugar en el mapa que no me decía nada.
No obstante, mi confianza en los organizadores del congreso era la suficiente como para pensar que el lugar sería más que adecuado al evento. En las imágenes aéreas apenas si se veían, se ven, un grupo de casas no muy abundante y, en un extremo, una gran construcción que resultaría ser el hotel donde habríamos de alojarnos y sede de las sesiones del congreso.
Llegado el momento, tras un agradable viaje en grata compañía, entramos en Asturias procedentes de la vecina Cantabria. La salida de autovía que teníamos que tomar era la de Villaviciosa, donde —por la hora prevista de llegada—habíamos decidido parar a comer.
Villaviciosa, capital de la sidra
La llegada a Villaviciosa, tras algo más de cuatro horas de coche, nos deparó la primera sorpresa. ¡Villaviciosa es la capital y catedral de la sidra asturiana!. Ninguno de los dos teníamos noción de ello, pero bien claro nos quedó al acercarnos y ver cómo las fábricas de sidra acompañan el paisaje, destacando, por su inmensidad, la de la famosísima sidra «El Gaitero», famosa en el mundo entero… 🙂
Con necesidad y ganas de estirar las piernas, dimos un paseo no muy largo por la parte más antigua de esta localidad. Paseo que nos dejó sorprendidos por la calidad y cantidad de edificios que mostraban la nobleza, carácter e historia del lugar.
Incluso, en el paseo, dimos con una iglesia de origen románico, sorprendente salto histórico entre el conjunto de edificios que la rodean: la iglesia de Santa María de la Oliva —que se conoce popularmente como Santa María del Conceyu—, del siglo XIII.
Nos llamó la atención que todas las figuras de la portada principal se encontraran decapitadas. Y también el hecho de que estuviera abierta —cosa bien rara por estos lares, y más en un pueblo pequeño—, por lo que aprovechamos para entrar y contemplar la sencillez de su interior, acompañados por unos suaves y sugerentes cantos gregorianos que daban fondo acústico a la visita.
La iglesia, con cubierta de madera vista, sobria, invita al recogimiento, al descanso y reflexión, a disfrutar de esos momentos íntimos que este tipo de lugares propician.
Cometí la torpeza imperdonable de dejar la cámara de fotos en el coche… así que me baso en el recuerdo, y en el propósito de volver a Villaviciosa y a la comarca de la sidra. ¡Bien merece una visita!
El restaurante que había mirado para comer —tenía ganas de un buen menú asturiano, con su fabada, su cachopo… —, elegimos la terraza de un bar-restaurante para tomar unas raciones, con la mala fortuna de que debía ser ¡el único bar de Villaviciosa donde no servían sidra! Más tarde nos desquitaríamos…
Terminado el descanso, una serpenteante carretera entre imponentes montañas verdes y arboladas nos condujo en unos pocos minutos a nuestro destino: Torazo.
Torazo, pueblo ejemplar
Escondido tras una serie de curvas en ascenso, por fin aparece Torazo, desparramado sobre una loma que domina el verde paisaje asturiano.
Nos recibe una singular «casa de indiano», con su peculiar arquitectura colonial, tras la cual tomamos una estrecha calle entre típicas casas que nos llevaría hasta el hotel.
Hecho el registro en el hotel, y con un buen rato por delante, las alternativas eran disfrutar del SPA y las vistas que hay desde el mismo o tomar la cámara de fotos y, en plan valiente, por el calor de la tarde y el cansancio del viaje, lanzarme a las calles de Torazo para inmortalizarlo en mi mirada.
Con el pensamiento de que en los días siguientes quizás no tendría tiempo para escaparme y realizar el reportaje —lo que resultó ser cierto, como pude comprobar—, dejé de lado el SPA y poco a poco me fui adentrando en el pueblo, observando, mirando, buscando, sintiendo el lugar.
Torazo, lugar que hoy forma parte de «Los Pueblos Más Bonitos de España», y premio al «Pueblo Ejemplar de Asturias» 2008, no defrauda. De pequeño tamaño —apenas si cuenta con 100 habitantes—, se recorre con rapidez, pues no son sino unos cientos de metros en unas pocas calles.
Un pueblo que no es municipio, sino que pertenece como ‘parroquia’ al Concejo (Ayuntamiento) de Cabranes. Algo que, según supe después, es muy común en Asturias: que un municipio cuente con muchas entidades menores de población. De ahí que no existan muchos municipios (son 78 concejos), con multitud de parroquias, barrios dentro de ellas y, por si fuera poco, aldeas.
En ascenso hasta el llamado ‘La Miyar’, conviven casas de piedra, otras más modestas —algunas de ellas abundantemente azulejadas en su exterior, otras pintadas de vivos colores—, abundantes miradores y solanas para solaz de los habitantes y, lo más emblemático, los hórreos.
Madera sobre soportes de piedra, los hórreos son una constante en el paseo. Algunos aparentemente abandonados; otros aparentemente habitados —probablemente como vivienda de vacaciones, olvidando y perdiendo su origen como almacén agrícola—, tachonando la parroquia de un tipismo difícil de describir.
Tanto los hórreos como la sencillez de las viviendas, e incluso la iglesia que domina la población, nos hablan de un pasado humilde, aislado y, con toda probabilidad, de vida dura. La ausencia de casas señoriales —aún cuando puede verse algún escudo en fachadas— es un síntoma de ello.
Nos habla de una economía de subsistencia, de ganadería extensiva en los empinados montes cercanos. Como nos habla de aislamiento la carretera que llega hasta el lugar, camino de tierra hasta hace no demasiados años. Nos habla de personas acostumbradas a la escasez, a la sobriedad, así como a la solidaridad vecinal para salir todos adelante.
No tengo datos que confirmen todo lo dicho; son meras especulaciones, suposiciones fruto de la arquitectura, de la ubicación, del propio aire que ahí se respira. De lo que sientes cuando caminas en soledad por el pueblo. De lo que calles, casas y hórreos te susurran al oído cuando lo tienes bien atento.
En un momento dado, unas gallinas sueltas por la calle me hicieron recordar momentos de hace años, en lugares muy lejanos, cuando esto era algo habitual. Cuando la convivencia entre hombre, naturaleza y ganado era el día a día del vivir en los pueblos.
Recuerdos nostálgicos, lo que no significa que fueran mejores tiempos; tan solo diferentes, fruto del momento. Poco de bucólico tiene todo aquello —como algunos urbanitas tratan de vender—, y mucho de miseria, soledad, poca esperanza de vida y condiciones de vida ciertamente duras.
Así, las calles de Torazo, hoy pavimentadas con cierto gusto, a buen seguro que hasta hace no muchos años no eran sino de tierra, puro barrizal con las lluvias, tan frecuentes en Asturias.
Terminado el recorrido fotográfico en poco más de media hora, de vuelta al hotel a descansar un poco y esperar la hora de salida del autobús que, en visita guiada, nos iba a llevar a conocer el pueblo de Lastres.
[Álbum completo de fotos de Torazo]
Lastres, el pueblo de «Doctor Mateo»
Tras aproximadamente media hora de autobús, en los que recibimos una auténtica avalancha de datos sobre Asturias y la sidra por parte de la guía que nos acompañó, finalmente llegamos a Lastres, pueblo marinero colgado de la montaña que lo circunda.
Lastres es hoy famoso y conocido por la serie de televisión «Doctor Mateo», que a muchos nos tuvo cautivos de la pantalla del televisor en su momento. A través de esta serie pudimos descubrir un pueblo del que jamás habíamos oído hablar, de uno de esos «destinos invisibles» de los que posteriormente hablaríamos y debatiríamos en el congreso.
Un pueblo dulce, amable, colorista y con un gran encanto en todos sus rincones; esa era la referencia que tenía a través de la serie. Y no, no defrauda. No defrauda aun teniendo en cuenta lo mucho que pueden llegar a «mentir» la televisión y el cine, donde las tomas, los planos, la luz, consiguen dar una determinada imagen que no siempre se ver reflejada posteriormente en la realidad.
Tras dejar el autobús una empinada rampa nos condujo hasta el alto donde se encuentra la ermita de San Roque, lugar digno de visitar por las vistas que regala tanto del pueblo de Lastres y su puerto, como de parte de la costa asturiana. El día acompañaba a disfrutarlas, incluso con las brumas que asomaban en la costa y en los imponentes montes —la sierra del Sueve— que se apreciaban en la lejanía.
Ya de bajada, parada para ver —esta vez solo el exterior— la iglesia de Santa María de Sádaba, levantada en el s. XVIII en estilo barroco neoclásico.
A partir de ahí, visita obligada: la casa del Doctor Mateo, donde éste habitaba en la serie, situada en un extremo del pueblo y hoy en aparente abandono. Junto a ella, como no podía ser menos, un establecimiento de hostelería con el nombre de la serie.
Poco a poco fuimos introduciéndonos en el lugar, descendiendo de forma casi vertiginosa entre angostas calles, casas en mejor o peor estado de conservación, y múltiples explicaciones de las que apenas si soy capaz de recordar nada; cierto es que estaba más pendiente de las fotografías que pudiera hacer que de la guía.
Calles y casas que nos hablan del mar. Del mar Cantábrico, con lo que esto supone, pues es un mar del que se puede decir de todo, menos que sea amable. Famosas son sus galernas y tormentas, que, a modo de paisaje, forjan el carácter y el modo de vida de la población.
Casas y calles que nos hablan de la pesca —incluso de ballenas—, de naufragios, de alemanes perdidos en la costa asturiana —una de las anécdotas que recuerdo—, de agua y más agua, venida del cielo y venida del horizonte. Y nos hablan de hombres y mujeres fuertes, no solo fisicamente, sino también de mente, acostumbrados y habituados a lidiar con estos elementos que pueden llegar a ser tan traidores, arrastrando consigo haciendas y vidas.
La lenta bajada nos llevó hasta casi el nivel del mar, donde ya nos esperaba el autobús para continuar la jornada. Aún habiendo sido una visita de gran interés, sentí pena de no contar con un buen rato adicional para callejear a mi aire, impregnarme del espíritu del lugar y hacer más fotos que las que el recorrido me permitió.
[Álbum completo de fotos de Lastres]
La siguiente parada fue en un llagar, una sidrería, entendida ésta como una fábrica de sidra: Sidra Crespo. Es ahí donde nos habían preparado una típica espicha asturiana, reunión festiva para, sobre todo, beber sidra de las pipas —barricas—, acompañada de un picoteo variado, en el que, por supuesto no faltaron algunos de los excelentes quesos asturianos.
Visitamos las instalaciones del llagar, recibiendo toda una lección magistral sobre la sidra y su elaboración por parte de sus encantadores y simpáticos propietarios, aunque ahora mismo lamento no recordar casi nada, pues a esas horas el cansancio ya había hecho buena mella en mi.
Ahí nos desquitamos sin sonrojo de la ausencia de sidra en Villaviciosa. Culín tras culín, dimos buena cuenta de una generosa cantidad de esta bebida que tan fácil se bebe en Asturias. ¡Y que buena estaba!
El único ‘pero’ que podría ponerle es el hecho —tradición en Asturias, por otra parte, según nos dijeron—, de compartir vaso, algo que no es muy de mi agrado y que a la vista de que ninguno de los presentes pedía vaso para sí mismo, decidí no hacerlo.
Con una buena dosis de cansancio, tocaba ya volver al hotel y descansar con vista al congreso que daba inicio al día siguiente.
Hotel Hostería de Torazo
El que habría de ser ‘nuestra casa’ durante dos días es un edificio imponente en un extremo de Torazo. Esta situación privilegiada hace que cuente con unas magníficas vistas sobre una buena parte de la verde Asturias, pues la vista se adentra kilómetros y kilómetros en el interior de la región.
De entrada, sorprende, y mucho, encontrarse semejante hotel en un lugar tan remoto y desconocido para la mayoría como Torazo. Un impresionante hotel de cuatro estrellas en un pueblo de 100 habitantes, casi perdido entre montañas en la Comarca de la Sidra.
Recepcionistas simpatiquísimas, al igual que el resto del personal con el que tuvimos contacto. Es estupendo encontrarse tal amabilidad y simpatía natural. Amplios pasillos que llevan a unas habitaciones que, cuando entras por primera vez, sorprenden por su tamaño y luminosidad. Mucho, mucho más amplias que lo que estamos acostumbrados a ver en hoteles de similar categoría, e incluso de categoría superior.
En mi habitación, dos enormes camas que apenas si ocupaban una parte significativa de la estancia. En una mesita, dos manzanas —¡no podía ser menos en la Comarca de la Sidra!—, junto a dos botellines de agua natural de una empresa de la zona. Y un cuarto de aseo del que decir que era espacioso es poco.
En edificio anexo, ligeramente más bajo que el principal, en la ladera, una luminosa y amplia cafetería —atendida por un personal extraordinariamente amable—, amplios salones en los que se desarrolló el congreso y una terraza con unas vistas imponentes sobre el entorno.
Justo debajo, una piscina que invitaba a un buen chapuzón —sobre todo teniendo en cuenta el calor que hizo esos días— y el edificio en el que se encuentra el SPA que, lamentablemente, no pude disfrutar por falta de tiempo.
Dimos buena cuenta de una cena —show cooking incluido— y una comida al día siguiente, de la mano del chef del hotel. Comedores muy cuidados, elegantes, todo detalle… excepto la insonorización. Se que soy muy susceptible con este tema debido a mis problemas de audición, lo que no quita que otros participantes en el congreso opinaran lo mismo que yo. Mucho ruido, demasiado ruido.
Platos de alto nivel, muy trabajados y presentados que, aun a pesar de haber disfrutado de ellos, me dejaron una sensación agridulce, en tanto en cuanto esperaba una gastronomía más pegada a la tierra, a lo que los foráneos podemos entender como típico de Asturias y que quizás esperaba.
[Álbum completo de fotos de Torazo]
Así que no me queda más remedio que volver en algún otro momento a Asturias para disfrutar de una buena fabada, unas fabes con almejas, un cachopo, … 🙂 Cuando visito otros lugares siempre intento disfrutar de la gastronomía de la tierra, de las especialidades del lugar. Y estoy seguro que no soy el único.
Muchas gracias. Sus redacciones son excelentes!