El segundo día de estancia por los Valles Pasiegos se presentaba harto interesante, dado que teníamos visitas concertadas con un obrador artesanal de sobaos pasiegos y quesadas y con una pequeña quesería de la zona.
No puedo dejar de mencionar el espectacular desayuno en La Alfonsina, que hizo justicia plena de las fotografías que aparecen en su sitio web. Algunos embutidos (cecina, jamón, … ), varios tipos de frutas y, sobre todo, los distintos tipos de bizcochos caseros, sobaos, quedada, crema de quesos… No podía ser de otra forma, dado el lugar en que nos hallábamos.
La fotografía es del propio hotel —me cuesta mucho hacer «fotos de comida»— y refleja fielmente lo que nos encontramos al bajar al comedor para desayunar.
Un largo desayuno, tanto en el tiempo que nos llevó como en lo que tomamos, en agradable tertulia, en un comedor tan acogedor… es uno de esos momentos que no quieres olvidar y prolongas cuanto puedes. Reconozco, además, que el desayuno es uno de los momentos que más me gustan y disfruto en los hoteles que visito.
Bien satisfechos por el desayuno nos pusimos en marcha hacia Selaya, donde teníamos la visita concertada al obrador de sobaos pasiegos y quesadas, lugar al que llegamos en pocos minutos al encontrarse bien cercano del hotel.
Puesto que aún quedaba un buen rato hasta la hora de la visita, nos dimos un sosegado y perezoso paseo por parte de Selaya, tanto para buscar el obrador como para disfrutar de este pueblo pasiego.
Selaya medieval
Selaya, de origen medieval, cuenta con un interesante conjunto urbano que constituye su principal patrimonio artístico, siendo —según dicen— uno de los lugares de mayor interés turístico del ámbito rural de Cantabria.
Está constituido por una agrupación de casonas y casas populares, iglesias y ermitas, construidas todas ellas entre los siglos XV y XIX, rodeada en sus cercanías por suaves montes, entorno descrito en ocasiones como “alfombra ondulada en donde todos son verdes”.
Las torres, casonas y palacios dan fe de la importancia de la zona como refugio de hidalgos empeñados en reflejar su nobleza por medio de blasones, que abundan en las casonas de la localidad.
Nada más bajarnos de vehículo en el que viajábamos nos dimos de frente con dimos de bruces con la casona de los Miera, también conocida como “La Torre”, una casa señorial montañesa de principios del XVII.
La casona de los Miera
El conjunto se compone de una casa y una torre. El cuerpo principal de la casa posee una planta de dos alturas en forma de “L”, con cubierta a dos aguas. El soportal es un espacio amplio, abierto a la corralada y a la calle mediante dos arcos de medio punto. Éste era un espacio fundamentalmente de trabajo, donde se guardaba el carro y otros aperos de labranza.
Los arcos se apoyan sobre pilares que carecen de capiteles, sustituidos por impostas simples, que se combinan con impostas refajadas. Sostiene un balcón de hierro presidido por un escudo con las armas de Miera, Arce, Castillo de la Concha y Ceballos.
Destaca la gran torre realizada en sillería y compuesta por tres pisos enmarcados por unas bandas de piedra. En los lados de la torre se abren dos pequeños balcones de hierro forjado muy habituales en la época.
El tejado de la torre es a cuatro aguas, hecho con teja árabe y rematando cada una de sus esquinas aparecen pináculos, decoración muy utilizada en el siglo XVII.
Adentrándonos en el pueblo, deambulando sin rumbo fijo, dimos con la casona de Losada
La Casona de Losada
Se trata de una enorme edificación de planta rectangular y techumbre compleja por sus numerosas cubiertas. Está realizada en mampostería que, en algunas de sus fachadas, ha sido revocada y pintada de blanco. Sus esquinales y alguno de sus vanos están armados a base de sillares.
En su parte trasera se observa un vistoso balcón de madera con tejadillo y un escudo de clara talla, timbrando con yelmo las armas de Miera escuadradas en una cartela de rollos. En un campo partido, el primer cuartel representa un árbol terrazado, el segundo una escalera apoyada en una torre con dos llaves cruzadas en el homenaje.
La rodea una bordura general cargada de ocho veneras. Lo curioso de este blasón es que se plasme primero el motivo del árbol que el de la torre, ya que generalmente es a la inversa.
En la fachada opuesta de la casa, en una de las ventanas superiores de la derecha, se observa otro escudo de talla mucho más antigua, en el que no se aprecian ya las armas que se representan, tan sólo se vislumbran cuatro ángeles rodeándole, y dos figuras sedentes en los extremos del dintel en el que se hallan tallados, y el cual está sujeto por dos pilares acanalados.
Dejando atrás la casona, admirando el pueblo, buscamos la dirección donde se encontraba el obrador en el que teníamos cita. De las dos marcas más conocidas de sobaos pasiegos, El Macho y Joselín, nuestra cita era en éste último.
Sobaos pasiegos y quesadas Joselín
Puntuales a nuestra cita, nos recibió la actual gestora, una mujer de gesto amable y simpatía extrema, quien nos ilustró sobre los orígenes de la marca y la empresa que actualmente regenta.
Como en otras muchas ocasiones y lugares, la necesidad de supervivencia se convirtió en virtud, cuando los orígenes en Vega de Pas y la necesidad de supervivencia hizo que la familia llegara a Selaya, abriendo un modesto obrador del que hoy ha derivado en una próspera industria, pronta ya a trasladarse a unas grandes y modernas instalaciones a la entrada de la localidad.
Basan su éxito actual en mantener siempre el criterio de elaborar el mejor producto posible, con las mejores materias primas y un respeto absoluto por los modos de hacer de la tradición familiar. Y no puedo negar que nos transmitió con gran energía y pasión esos valores.
El obrador nos sorprendió por su sencillez, a la par que el ver que quienes trabajaban en él eran todo mujeres bastante jóvenes. Una zona de preparación de ingredientes y mezcla, la dosificadora y los hornos; tampoco es necesario mucho más.
¿El secreto? Los ingredientes: harina de trigo, mantequilla del lugar, levadura, azúcar, huevos y una pizca de miel, todos de primera calidad, y siguiendo los modos tradicionales de preparación.
Tras la visita, en la que se habló mucho de sobaos y apenas de quesadas, y dado que todavía era pronto para comer, continuamos nuestra visita por Selaya. Y así, sin saberlo ni casi darnos cuenta, nos dimos de bruces con un imponente edificio que parecía un castillo: el palacio de los Donadío.
El palacio de Donadío
El Palacio de Donadío es una imponente construcción del siglo XVI formada por una torre central defensiva y un palacio de planta rectangular que la circunda.
La torre y la fachada principal son de sillería.
La portada de la fachada principal es clasicista, con dos columnas flanqueando la puerta. La portalada da entrada a una corralada con árboles ornamentales, y sobre su vano se localiza una pieza armera con armas de Arce.
Se ven también escudos en lo alto de los esquinales y un tercero sobre el frontón curvo que preside el balcón principal.
Este es uno de esos edificios que me impresionan, no ya solo por su majestuoso porte, sino también pensando e imaginando las miles de historias que a buen seguro atesoran sus mudas piedras; si pudieran hablar seguro que nos narrarían cientos de historias, de amor y desamor, de pasiones, rencillas y amistades, de riquezas y miserias.
Frente a él, en una arbolada plaza, un espacio preparado para un juego desconocido en el que un hombre joven lanzaba una bola contra unos palos puestos en pie; me dio la impresión —y seguramente estaré equivocado— de que se trata de un juego de bolos a mitad de camino entre los típicos bolos americanos y la petanca francesa.
Seguimos nuestra ruta, camino ya del restaurante, con una parada previa en la tienda de Joselín, en la que nos aprovisionamos generosamente de sobaos y quesadas.
Puesto que aún nos quedaba tiempo para la hora de la comida, continuamos con nuestro paseo por la parte más antigua de Selaya, lo que nos dio pié a descubrir, en primer lugar, la casona de Linares.
La Casona de Linares.
La «Casona de Linares» es una casa típica montañesa de finales del siglo XVII, de singular historia y belleza, que fue residencia del corregidor de Ubeda y Baeza, y Caballero de Alcántara, D. Juan José de Miera y Arce, hoy reconvertida en alojamiento rural.
Nos sorprendió la hermosa portalada que da acceso a la casona por la parte posterior, la más alejada de la carretera, en la cual luce un escudo de cruces flordelisadas, de buena labra, soportado por dos leones rampantes; sobre ellos destacan dos amores y bajo ellos dos tritones que tañen la cuerna.
Rodeando el edificio dimos con el que ahora es acceso principal y parking, junto a un enorme jardín en el que una fuente ponía la nota musical. Nos acercamos hasta la entrada a la casona, descubriendo un precioso porche azulejado, a modo de terraza cubierta, con mesas y sillas para los huéspedes.
Ciertamente un rincón encantador en el que poder disfrutar de la paz y el silencio que tanto la casa como la finca transmiten.
Tras abandonar la finca donde se halla la casona, otro edificio cercano salió a nuestro encuentro: la Casa del Patriarca, hoy centro cultural de la localidad, un bonito edificio del s. XVIII, con un importante escudo en su fachada y un curioso reloj de sol en una de sus esquinas.
Dimos con un buen local para comer, el Restaurante Albergue Valvanuz – Trastevere. Un local acogedor, como las personas que ahí trabajan, donde la mayoría de nosotros dimos buena cuenta de un excelente cocido montañés, que ya iba siendo hora de probar lo más típico de estas tierras cántabras. Estaba realmente delicioso, al igual que lo estaban los postres.
Satisfechos por la comida nos dirigimos a nuestro siguiente destino, otra visita guiada concertada con antelación.
Quesería La Jarradilla
Situada en el vecino pueblo o lugar de Tezanos de Villacarriedo, apenas si nos llevó un par de minutos llegar hasta ella. Nos recibió un edifico blanco, bajo y alargado, junto a unas naves que hasta hace poco eran los establos en los que vivían las vacas de la explotación ganadera.
Las explicaciones corrieron a cargo de una hija de los fundadores de la quesería, la familia Diego. Una pena no acordarme de su nombre, aunque lo que es inolvidable es su simpatía, desparpajo y amor por su trabajo y su tierra.
Fue en esta visita cuando recibimos la explicación del por qué de tanta casa diseminada por todos los montes del valle de Carriedo, que no es otra que la trashumancia, forma de vida antigua entre los ganaderos, hoy desaparecida.
Dado que los pastos no son infinitos, y las vacas van acabando con ellos, los ganaderos iban pasando de cabaña en cabaña (lo que en Navarra conocemos como bordas), ya que cada una cuenta con su pasto; una vez agotado el pasto de esa cabaña se trasladaban a otra, en muchos casos con toda la familia a cuestas.
Hoy en día, con el avance de los medios de transporte y la apertura de carretiles en los montes, la trashumancia es una práctica desaparecida; el ganadero y su familia ya pueden vivir en un pueblo, con todas las comodidades y seguridades que esto supone.
Algunas de estas cabañas —existen cientos de ellas—han sido rehabilitadas, unas como viviendas, otras como alojamientos turísticos singulares.
Nuestra anfitriona y guía nos ofreció las pertinentes explicaciones sobre la forma en que fabrican el queso, con alguna variante sobre lo que solemos estar acostumbrados por nuestra tierras. Ciertamente una fabricación artesanal, pues incluso el batido de la leche se hace a mano en las cubas de acero, lo cual sorprende hoy en día, ya que existen máquinas para todo.
Tras una breve visita a las cámaras de curación y secado pasamos a una amplia estancia donde nos habían preparado una degustación de los tres tipos de quesos que fabrican: fresco —con pocos días de maduración y consumo—, queso pasiego —de pasta blanda, con maduración de hasta 20 días—, y «Divirín», una torta de forma irregular fruto de la maduración y corteza de mohos naturales.
Puesto que los quesos que me gustan son los de sabores fuertes y potentes, fue precisamente un «Divirín» el que me traje de vuelta a casa, así como una pieza de mantequilla elaborada en la misma quesería.
Como es natural en estos casos, cada uno de nosotros salió de La Jarradilla con la correspondiente bolsa de quesos, para complacer paladares propios y ajenos en nuestras casas.
Y dado que todavía quedaba mucha tarde por delante, sin muchas referencias de otros lugares a visitar, finalmente nos decidimos por Puente Viesgo, lugar bien conocido por su balneario, del que apenas nos separaba una veintena de kilómetros. Una visita que bien merece un artículo completo, ya que finalmente tuvo lugar en dos partes: la tarde del 29 y la mañana del 30.
Ya de vuelta hacia nuestro alojamiento, al poco de abandonar Puente Viesgo nos sorprendió un gran edificio que se divisaba desde la carretera y, puesto que teníamos tiempo, paramos para conocer, resultando ser el convento de San Francisco de El Soto, en la localidad de Santiurde de Toranzo.
El convento de San Francisco, Soto-Iruz
Tras aparcar y caminar un par de cientos de metros nos dimos de bruces con un espléndido edificio de origen medieval, que tuvo su momento de mayor auge en la época barroca. Tras la desamortización de 1836 fue abandonado, hasta que, en 1899, se hacen cargo de él los carmelitas, que lo mantuvieron hasta 1981, siendo hoy Casa Diocesana de Espiritualidad.
Este antiguo convento está constituido por un conjunto de edificaciones de diversa índole, entre las que destaca su monumental iglesia y el claustro. Las principales dependencias datan de los s. XVII y XVIII.
La iglesia, con planta de cruz latina, de estilo clasicista, fue edificada en la primera mital del s. XVII, responde al modelo de convento franciscano barroco. La portada principal está formada por un pórtico o zaguán cubierto con bóveda de cañón. En su interior se encuentra uno de los conjuntos más importantes de retablos de la región.
La torre es el elemento más emblemático del convento. Anterior al actual templo, se erige sobre el caserío dominando el valle. Su aspecto es único en Cantabria. Se alza como remate de la fachada principal, sobre la portada; y, por contraposición con el cuerpo inferior, que es cuadrado y de estilo renacentista, los dos pisos de la torre son octogonales y abiertos por rasgados ventanales con arco de medio punto, pero que reflejan la tradición gótica, recordando al edificio anterior.
Su estructura es de piedra de sillería, y se complementa con un cuerpo cilíndrico adosado al lado sur, que corresponde a la soberbia escalera de caracol en voladizo, sin núcleo central, que es una de las más interesantes de Cantabria por carecer de eje de sustentación.
Culmina en una espléndida terraza desde la que se observa una bella panorámica del valle de Toranzo a la que, lógicamente, no pudimos acceder por encontrarse todo cerrado.
Soto-Iruz
Iruz, lugar donde se ubica el monasterio que llamó nuestra atención, es una pequeña localidad de Santiurde de Toranzo. Apenas si tuvimos oportunidad de recorrer una pequeña parte del mismo, la zona más cercana al convento, paseo que nos permitió contemplar algunas de las casas típicas del lugar.
Justo en la plaza que se abre frente a la entrada del convento dos cosas llamaron nuestra atención. En primer lugar, una curiosa casa con pintura de vivos colores, el «Museo Pobre del Pintor«, muestra del arte expresionista del pintor Pedro Díaz-Obregón Barajuan. Una casa-museo donde se exhibían, pero no vendían, diversas pinturas.
Por otra parte, en la misma plaza, una escultura en bronce dedicada al conocido compositor Juan Carlos Calderón, monumento que perpetúa el paso del artista cántabro por el valle de Toranzo, instalado bajo el árbol que plantó el padre del compositor.
Como ya viéramos en Puente Viesgo, la localidad está atravesada por la Vía Verde del Pas, todo un paseo por los valles pasiegos cántabros que cuando la ves dan ganas de subirse a la bici para recorrerla. Fruto de aquella antigua vía ferroviaria queda en pie una antigua y ciertamente destartalada estación, habitada en una de sus partes.
Concluida la visita y el paseo, nos llegamos nuevamente hasta Santibáñez de Carriedo entre suaves y verdes montes, abundantes granjas de vacas de leche, casas, cabañas y casonas esparcidas por doquier y una suave y cálida luz del atardecer que hacía que no quisiéramos que se acabara el momento.
Nos costó encontrar un sitio donde tomar algo antes de retirarnos, aunque finalmente dimos, a pie de carretera, con La Charola, en Villacarriedo, donde pudimos disfrutar de un gran y buen surtido de tapas y raciones variadas y un buen vino. Un buen fin de fiesta para un día ciertamente intenso.
3 días por los Valles Pasiegos de Cantabria