Vivimos entre un mundo que no termina de morir y un mundo que no termina de nacer.
Una transformación radical, un momento apasionante.
No terminan de morir las viejas ideas, los viejos paradigmas, las viejas actitudes. No terminan de nacer los nuevos medios, las nuevas actitudes.
Hoy en todo el mundo hay millones de personas que ocupan su tiempo laboral en puestos de trabajo que hace veinte años ni siquiera podíamos imaginar que llegarían a existir; casi ni la ciencia-ficción los había previsto.
Y, simultáneamente, muchos millones de personas siguen ocupándose en trabajos que apenas si han evolucionado en los últimos miles de años, salvo por la aplicación de algún que otro ‘invento’ que los hace menos penosos en algunos casos.
Hoy se están creando y desarrollando nuevos paradigmas, nuevas forma de pensar y actuar.
Vemos como internet ha destrozado sectores económicos enteros, pero ha dado lugar a la aparición de otros nuevos, inimaginables hace algunos años.
Vemos como la llamada ‘economía colaborativa’ está suponiendo nuevas formas de entender algunos servicios, poniendo en tela de juicio lo que hasta ahora habíamos dado por válido, por bueno, por correcto.
Vemos como hay una descentralización de la información, de la cultura, que se ha universalizado en cuanto a su distribución, poniendo una gran cantidad de información y conocimiento al alcance de los dedos de la mano de cientos, de miles de millones de persona.
Vemos como empresas que hace veinticinco años ni siquiera estaban en la imaginación de nadie hoy son líderes mundiales, transforman el mundo con sus nuevas formas de pensar y trabajar, con sus productos.
Vemos como han aparecido líderes con el sueño de cambiar el mundo, y de qué forma lo están haciendo.
Vemos como se van instalando en la sociedad, especialmente en los más jóvenes, muchos nuevos-viejos valores, que hoy toman otro significado y alcance.
Cambios radicales y vertiginosos.
Y todo cambio provoca un cierto miedo, un rechazo, vértigo. A nuestro cerebro reptiliano no le gusta el cambio; lo suyo es la permanencia, la seguridad, lo conocido y controlable.
De ahí, y no solo es una cuestión de edad, que vemos que la mayoría de quienes nos gobiernan (en cualquier lugar del mundo), sigan queriendo aplicar los viejos y conocidos paradigmas, que no dan soluciones a las situaciones y problemas del s. XXI, a la nueva mentalidad naciente, que requiere de otras respuestas, de otros métodos.
Vemos que seguimos dominados y controlados por una burocracia y unos burócratas no ya solo anclados en el pasado, sino en su puesto de trabajo a prueba de todo tipo de cambio, y que intenta frenar a toda costa el cambio, bien sea por acción o por pura inacción.
Vemos a las viejas empresas ancladas en sus antiguos oligopolios, intentando poner cuantas trabas pueden en los radios de las bicicletas que, irremisiblemente, nos conducen a un futuro ni previsto ni previsible.
Vemos a empresas, organismos e instituciones de toda índole que apelan hábilmente al cerebro reptiliano de políticos y administradores para seguir manteniendo su status quo, sin adaptarse, sumarse a la nueva era, que es su única opción de supervivencia a largo plazo.
Vemos a muchas y muchas personas aterradas por lo que sucede, que no quieren asumir ninguna responsabilidad, pidiendo ansiosamente la hiperprotección de un Estado que empieza a ser inasumible, insostentible.
Vemos como el mundo cambia, se transforma vertiginosamente.
Y la única opción vital positiva es sumarse al sueño del cambio, participar en él, crecer con él.