No alcanzarás la tranquilidad si dejas que otros vivan la vida por ti.
La verdad más profunda que concierne al ser humano es la siguiente: el Creador nos dio el completo e incuestionable derecho de prerrogativa sobre una cosa y solo una: nuestra propia mente. Seguramente su intención era animarnos a vivir nuestras propias vidas, a tener nuestras propias ideas, sin la interferencia de los demás. De lo contrario no nos hubiera dado un dominio tan claro sobre nuestras mentes.
→ Ideas.
Al ejercer este privilegio de disfrutar de tu mente y de tu vida, se te abre la posibilidad de alcanzar objetivos muy elevados en el terreno que elijas. El ejercicio de este privilegio es condición indispensable para que se dé el genio. Un genio no se más que alguien que ha tomado el control sobre su propia mente, dirigiéndola hacia objetivos que él mismo ha elegido, sin permitir que influencias externas lo desanimen o desvíen de su propósito.
→ «Entrenar tu propia mente y mandar sobre ella es la habilidad más importante que podrías poseer jamás, tanto en términos de felicidad como de éxito» (T.H. Eker)
Todos conocemos historias de gente famosa que supo transformar la adversidad en ventaja, que superó grandes obstáculos para hacerse rico y famoso. Esta gente convirtió los obstáculos en escalones para el triunfo. Son los genios de la industria, los Henry Ford, los Thomas Edison, los Andrew Carnegie y los Wilbur y Orville Wright.
Pero es mucho más la gente menos conocida que se niega a aceptar el fracaso. Simplemente se niegan a ser uno más de la inmensa mayoría que a duras penas se gana la vida y sufren la miseria, la decepción, el fracaso.
Hace muchos años, un joven ex combatiente del Ejército vino a verme en busca de trabajo. Me dijo que estaba desilusionado y deprimido, y que lo único que quería en la vida era un lugar donde dormir, y tener para comer. En sus ojos había esa mirada sin vida de los que han perdido la esperanza. Tenía frente a mí a un joven competente que estaba dispuesto a conformarse con casi nada, cuando yo sabía muy bien que si cambiaba de actitud podría ganar una fortuna.
Había algo en él, una chispa medio oculta, que me animó a preguntarle:
– ¿Te gustaría convertirte en multimillonario? ¿Por qué conformarte con una existencia miserable cuando podrías ganar millones?
– No me tome el pelo -contestó-. Tengo hambre y necesito trabajo.
– No te estoy tomando el pelo -le dije-. Hablo en serio. Podrías ganar millones si estuvieses dispuesto a aprovechar el capital que ahora tienes.
– ¿Qué quiere decir con eso de «capital»? – exclamó-. ¡No tengo más que la ropa que llevo en la mochila!
En el curso de la conversación me enteré de que este joven había sido vendedor de cepillos antes de alistarse en el Ejército. Mientras estuvo enrolado trabajó gran parte del tiempo en la cocina y aprendió a cocinar bastante bien. En otras palabras, además de los atributos naturales de un cuerpo sano y una mente con un potencial enorme, su capital consistía en habilidad para cocinar y capacidad para vender.
→ Capital: capacidades y habilidades
Por supuesto que ni la capacidad para vender ni la habilidad para cocinar bastan para elevar a alguien a la categoría de multimillonario, pero este ex combatiente dio un gran paso. Conoció su propia mente y se dio cuenta de las posibilidades que existían cuando tomó el control. Durante las dos horas que estuvimos juntos, se transformó. pasó de ser una persona perdida en un mar de desesperación a ser un hombre que pensaba por sí mismo.
Una idea le dio el coraje para empezar: «¿Por qué no utilizas tu capacidad para vender y convences a algunas amas de casa para que inviten a sus vecinos a una cena hecha en casa, y así poder venderles utensilios de cocina?»
Le dejé un poco de dinero para que se comprara ropa y los primeros utensilios de cocina; a partir de ese momento, él se encargó de todo. Durante la primera semana ganó cien dólares vendiendo baterías de aluminio. La siguiente semana duplicó esa cantidad. Entonces empezó a entrenar a otros vendedores, que contrató para vender las mismas baterías.
Al cabo de cuatro años estaba ganando más de un millón de dólares al año y había puesto en marcha un nuevo plan de ventas que desde entonces se ha convertido en una industria por sí misma.
Cuando un hombre rompe con los prejuicios que encorsetan su mente y se conoce a sí mismo las puertas del infierno se estremecen y el en cielo suenan las campanas.
El espíritu humano no tiene limitaciones.
(“Rico en un año”. Napoleón Hill. Semana 2: Vive tu propia vida)
Vive tu propia vida, sin que tengas que fijarte en lo que los demás puedan pensar de tu forma de vivir.
¿A quién le importa?
La gente me señala,
me apuntan con el dedo,
susurra a mis espaldas,
y a mi me importa un bledo.
Qué más me da,
si soy distinta a ellos,
no soy de nadie,
no tengo dueño.
Yo sé que me critican,
me consta que me odian,
la envidia les corroe,
mi vida les agobia.
¿Por qué será?
Yo no tengo la culpa,
mi circunstancia les insulta.
Mi destino es el que yo decido,
el que yo elijo para mi.
¿A quién le importa lo que yo haga?
¿A quién le importa lo que yo diga?
Yo soy así, y así seguiré, nunca cambiaré.
(Parte de la letra de la canción ‘A quién el importa’)