Para obtener el éxito se necesita una meta definida en la vida. La oportunidad de alcanzar esta meta es mucho mayor si se tiene el deseo sincero de brindarles a los demás un mejor producto o servicio.
La sinceridad tiene su recompensa en la satisfacción personal, el amor propio y la capacidad espiritual de vivir con uno mismo veinticuatro horas al día.
Nuestra manera de actuar nos puede hacer sentir el mayor respeto por ese yo invisible que nos conduce a la gloria, la fama y la riqueza, o nos puede relegar a la miseria y el fracaso.
Un amigo de Abraham Lincoln le dijo una vez que sus enemigos estaban calumniándole a sus espaldas.
—No me importa lo que digan —le contestó Lincoln— siempre y cuando no sea verdad.
La sinceridad de propósito hacía a Lincoln inmune al temor a la crítica.
La sinceridad es primordial, y por tanto los demás tienen derecho a cuestionarla antes de entregarnos su tiempo, su energía o su dinero.
Antes de emprender algo, pon a prueba tu propia sinceridad. Hazte la siguiente pregunta: «Además del beneficio económico personal que busco en lo que voy a emprender, ¿los servicios o productos que ofrezco corresponden al sueldo que voy a percibir, o pretendo alcanzar ganancias sin ningún esfuerzo?»
Cuesta mucho convencer a los demás de nuestra sinceridad, pero es algo que tenemos que estar siempre dispuestos a hacer.
Martha Berry fundó una escuela, en una zona pobre de Georgia del Norte, para niños y niñas de la montaña cuyos padres no podían pagarles educación alguna. Al principio costó mucho trabajo sacar la escuela adelante pues necesitaba mucho dinero para poder llevar a cabo sus planes. Finalmente logró entrevistarse con Henry Ford. Le explicó lo que estaba haciendo y le pidió una modesta donación. Él se negó.
—Pues entonces —dijo la señorita Berry— ¿nos dará cincuenta kilos de cacahuetes?
A Ford le hizo tanta gracia lo que le pedía que le dio el dinero para los cacahuetes. La señorita Berry ayudó a sus alumnos a plantar los cacahuetes una y otra vez hasta conseguir una considerable cantidad de dinero. Entonces fue a ver a Ford y le mostró como había multiplicado su modesta donación. A Ford le impresionó tanto que donó los tractores y la maquinaria necesarios para que su granja-escuela se pudiera sostener y llegara a ser autosuficiente. Al cabo de los años donó más de un millón de dólares para ayudar a construir un de los edificios de piedra más bellos del campus.
—Me impresionó —dijo él— con su sinceridad y la manera increíble de ayudar a los niños necesitados.
Puesto que creía tanto en lo que hacía, consiguió convercer al escéptico de Henry Ford para que le prestara su colaboración a pesar de la reserva inicial. Había podido demostrar, más allá de cualquier expectativa, que estaba comprometida en una causa tan noble que nunca se rendiría ante la adversidad.
Cuando las cosas se ponen difíciles, como muchas veces sucede, tu sinceridad de propósito te dará la fuerza para seguir adelante. Si tienes realmente la convicción de que proporcionas el equivalente a lo que recibes, convencerás a las personas con las que tratas.
Puedes alcanzar tus objetivos en la vida si convences a los demás de que tienes el deseo sincero de ayudarles.
Si lo haces no tendrás que preocuparte más por los tiempos tiempos difíciles. Tendrás más trabajo del que puedas imaginar.
(“Rico en un año“. Napoleón Hill. Semana 6: Sinceridad)