Ralph Waldor Emerson dijo una vez: «No se puede alcanzar la grandeza sin entusiasmo«.
En el gran tabernáculo mormón de Salt Lake City un orador tenía que hablar durante cuarenta y cinco minutos. Habló durante más de dos horas. Cuando terminó, diez mil hombres y mujeres se levantaron y le aplaudieron durante cinco minutos.
¿Qué fue lo que suscitó esa reacción en el público? Lo importante no fue lo que dijo, sino cómo lo dijo. La multitud se contagió del entusiasmo del orador, y es muy probable que ni siquiera recordasen muchos de los detalles de su discurso.
Louis Victor Eytinge estaba cumpliendo una sentencia a cadena perpetua en la prisión estatal de Arizona. No tenía amigos, ni abogado, ni dinero. Pero poseía una dosis de entusiasmo tan grande que gracias a ello obtuvo su libertad.
Eytinge escribió una carta a la casa Remington pidiéndoles un crédito para adquirir una máquina de escribir. La casa Remington se la regaló.
Empezó a escribir a diversas compañías pidiendo que le enviaran sus folletos publicitarios. Él los volvía a redactar y los enviaba de vuelta. Sus textos eran tan efectivos que muy pronto reunió suficiente dinero de donaciones para contratar a un abogado. Su trabajo era tan bueno que llamó la atención de una importante agencia publicitaria de Nueva York que, junto con su abogado, le ayudaron a obtener el indulto. Al salir de la prisión le esperaba el director de la agencia, quien le recibió con estas palabras: «Bueno Eytinge, tu entusiasmo ha podido más que los barrotes de la prisión.»
La agencia le tenía reservado un puesto de trabajo.
El viejo adagio que dice que «nada cautiva tanto como el entusiasmo» es muy cierto. El entusiasmo es la onda magnética a través del cual transmitimos nuestra energía a los demás. Es más eficaz que la lógica, la razón o la retórica para transmitir nuestras ideas a los demás y hacer que nos apoyen.
Un gerente de ventas muy destacado dice que el entusiasmo es la cualidad más importante de un buen vendedor, siempre y cuando sea sincero y directo. «Cuando le des la mano a alguien, hazle sentir que estás realmente contento de verlo», dice él.
Solo una advertencia: no hay peor cosa que un falso entusiasmo, ese exagerando alarde de energía tan fácil de detectar y que tanta desconfianza genera.
La carrera y la vida de Jennings Randolph es un buen ejemplo de cómo el entusiasmo puede hacer que alcancemos el éxito. Después de graduarse en el Salem College, en West Virginia, Randolph se metió en política y realizó una campaña tan espectacular que obtuvo un aplastante triunfo electoral sobre el otro aspirante al Congreso, un político con más años y experiencia. Debido a su capacidad para convencer a los otros representantes en el Congreso, el presidente Franklin D. Roosevelt lo eligó para que se encargara de la legislación especial en tiempos de guerra.
En una encuesta de popularidad realizada por un grupo de profesores de Washington, Roosevelt y Randolph resultaron ser las personalidades del gobierno más carismáticas de la época, pero Randolph sobrepasó en votos al presidente debido a su capacidad para influenciar a la gente con su característico entusiasmo. Después de catorce años en el Congreso, Randolph decidió aceptar una de las muchas ofertas de trabajo en el sector privado. Entró como asesor del director de Capital Airlines cuando la compañía estaba sufriendo pérdidas. Al cabo de dos años había conseguido que las ganancias de la compañía aérea fuesen mayores que las de cualquiera otra del sector.
El presidente de Capital Airlines comentaba sobre la personalidad de Randolph: «Es un elemento muy valioso, no solo por el trabajo que desempeña, sino por el entusiasmo que infunde a los demás.»
Nadie nace optimista, es un rasgo que se adquiere con el tiempo. Tu también lo puedes conseguir. Recuerda que en tu trato con los demás siempre estás intentando venderles algo. Primero tienes que convencerte a ti mismo del valor de tu idea, de tu producto, de tu trabajo o de tí mismo. Intenta hacer un análisis objetivo de lo que ofreces. Mejora lo que haya que mejorar hasta estar completamente convencido del valor de tu producto o idea.
Cuando tengas esta convicción, cultiva el hábito de pensar en forma positiva con fuerza y energía, y encontrarás que el entusiasmo surge por sí solo apoyado más en un sentimiento sincero que proyectarás a los demás.
(“Rico en un año”. Napoleón Hill. Semana 10: Entusiasmo)11111